Gotas saladas sobre una piel infinita
● Gotas saladas sobre una piel infinita
Pienso en la palabra desnudez y lo primero que se me ocurre, son en esas pequeñas gotas saladas sobre la espalda de tu piel; rememoran mis manos con su nerviosismo esos diminutos cristales que descansaban en la curvatura de tus caderas, una ilusión sin explicación. Mientras reposabas del agité de tus pulmones, sobre la almohada; tu cabello revuelto sobre el rostro escondía una sonrisa leve que quise guardar para siempre. Liso y resbaloso como la pulpa de un mango sin su cáscara, tu cuello se proyectaba como la promesa de un paraíso eterno en esa tarde lluviosa y taciturna; un sabor a mango biche me llevó en un nuevo viaje que termino en tu boca y ahí mismo descubrí que el sabor de la vida estaba en la mar, en el río o quizás también en la tierra humedad que todo lo da sin mirar a quien. El sabor a placer estaba en tus labios, el aroma a lujuria en tu lengua, la sabiduría en tus ojos, la esperanza en tus manos y en el lóbulo de tu oreja encontré una canción que fue más que una canción; en ese rincón, una melodía me cantaba sobre un amor sin tiempo y sin distancia. Sobre tu frente, mi verbo arrullado por un mechón de negro cabello, juro no olvidar el camino a la felicidad que me llevó a la creación del universo en pleno. Recuerdo que quería ir a tu sur, regresar a tu fuente, fundirme en tus olvidos, para indagar en nuevos senderos por el segundo nombre de tu corazón, pero tus manos arañando mi espalda me ataron a una muerte lenta.
Discurre mi mente navegando en sus recuerdos sobre la placidez de la respiración de tu cuerpo en armonía con una noche que se aproximaba inexorable. El tiempo no ayuda cuando se trata de buscar el infinito y fue esta la condena a la que como amantes nos sometíamos. Te observaba apacible, boca abajo, con un seno coquetón que se asomaba bajo tu cuerpo. Me pedías un beso y preferí mirar tu desnudez, provocarme sin tocar, llenarme de razones, sin pedir nada, al recordar que, hacía un momento en ellos, en tus senos, había retornado al dulce encanto de saborear la cálida tersura que ha alimentado al mundo.
Pensar en tu desnudez al observar un recuerdo tallado en mi piel, es escanciar los más profundos deseos desde el pasado, es querer mantener la imagen de un cuerpo desnudo sobre el alma, con la mirada perdida más allá del cielo. Pensar en los gemidos indoloros de tu espíritu, significa saberte mía con el lenguaje de tu piel, aunque sea por ese breve instante en el que ya no se puede llegar más allá; es imposible, y si eso fuera posible, ante el creador del universo mismo tendríamos que rendir cuentas.
Pensar en desnudez es imaginarte en la ducha, es sentir en mi piel el roce de la seda de tu blusa, pensar en ese toque suave de tu cabello al deslizarse entre mis dedos y no morir en el intento. Pensar en desnudez es volver a ver cómo subías tu calzón y en esa mirada lela de mi carne sobre tus piernas. Es volver a saborear los pliegues de tu entrepierna, es querer volver a dormir en tu cintura un instante, antes de reiniciar el fuego que enciendes en mis entrañas.
Pensar en desnudez me lleva lejos, me lleva a los hijos que aún no tenemos, a esos frutos que tú ya tienes y que no son míos. Pensar en desnudez me lleva directamente a tener la necesidad de poseerte una vez más, pues el presente es corto, el pasado largo y el futuro incierto, y la verdad, prefiero no pensarte tanto a cambio de tenerte un poco.
Jazòn
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Jaime Zàrate León
Noviembre 14 de 2023.
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