El asesino
Inteligencias artificiales
El asesino
Por Stephen King
Un cuento premonitorio que nos pone a pensar. Una predicción que nos acerca demasiado a lo que presumimos como algo lejano, adosado por la dejadez intelectual de la sociedad de hoy. Pensar se ha vuelto algo pasado de moda, tener un espíritu crítico se ha convertido en una amenaza, ya no para el estado, que feliz gobierna sin una oposición inteligente, sino más bien para toda la sociedad en su conjunto. Las llamadas inteligencias artificiales son el preludio definitivo que bien puede llevar al ser humano a tener a un nuevo amo: el individuo cibernético. Y ahí será entonces cuando aparezca un nuevo esclavizador, y de sus cadenas resultará muy difícil de escapar, pues es muy probable que este no conozca la piedad, ya que su creador, desposeído de ella, no se la habrá dejado en sus algoritmos de funcionamiento, con lo que lo abyecto de sus cadenas no tendrá límite alguno.
El Leviatán, ese ser policéfalo del génesis, nos amenaza en estos tiempos con el fuego venido de una de sus bocas en la forma de la inteligencia artificial, creación ya no divina, sino nuestra, en uno de sus cráneos; se podría decir que nos hemos hecho coparticipes de Dios en su creación. Edulcorado por la novedad y con la idea bellamente dispuesta a nuestros oídos de que ella nos facilitara el trabajo; amenazante, soterrada, a hurtadillas, poco a poco se va infiltrando en todo lo que hacemos. Ese leviatán llamado inteligencia artificial, dejara sin empleo a millones y no de una manera gradual como ha sido el caso de la automatización de la industria automovilística, por ejemplo, eso es seguro, pues los amos del dinero no dudaran ni una fracción de segundo cuando de elegir se trate: un bufete de abogados quedara reducido a un operador que sepa hacer preguntas, un grupo de trabajo especializado en diseño y publicidad de una agencia quedara reducido en su mínima expresión ante la magnificencia y el rendimiento del nuevo amo de los medios: este leviatán nos conoce de tal manera que, manipular nuestra mente para que consumamos el veneno dulce del entretenimiento no le será nada difícil y, nosotros, como mansos borregos nos dejaremos llevar por la luz resplandeciente de la vida privada de un famoso, por el colorido cada vez más estrambótico de los deportes y sus estrellas rutilantes, por las mentiras verdaderas de las ideologías y un etcétera tan grande que poco da mencionar unas cuantas luces de neón más, en definitiva, nos seguiremos matando por una camiseta o por un «ismo» cualesquiera mientras le cedemos el gobierno del mundo a individuo cibernético. Cuando empecemos a preguntarnos ¿quiénes somos?, ya será tarde.
Jazòn
El asesino
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Por Stephen King
Repentinamente se despertó sobresaltado, y se dio cuenta de que no sabía quién era, ni que estaba haciendo aquí, en una fábrica de municiones. No podía recordar su nombre ni qué había estado haciendo. No podía recordar nada.
La fábrica era enorme, con líneas de ensamblaje, y cintas transportadoras, y con el sonido de las partes que estaban siendo ensambladas.
Tomó uno de los revólveres acabados de una caja donde estaban siendo, automáticamente, empaquetados. Evidentemente había estado operando en la máquina, pero ahora estaba parada.
Recogía el revólver como algo muy natural. Caminó lentamente hacia el otro lado de la fábrica, a lo largo de las rampas de vigilancia. Allí había otro hombre empaquetando balas.
–¿Quién Soy? –le dijo pausadamente, indeciso.
El hombre continuó trabajando. No levantó la vista, daba la sensación de que no le había escuchado.
–¿Quién soy? ¿Quién soy? – gritó, y aunque toda la fábrica retumbó con el eco de sus salvajes gritos, nada cambió. Los hombres continuaron trabajando, sin levantar la vista.
Agitó el revólver junto a la cabeza del hombre que empaquetaba balas. Le golpeó, y el empaquetador cayó, y con su cara, golpeó la caja de balas que cayeron sobre el suelo.
Él recogió una. Era el calibre correcto. Cargó varias más.
Escucho el click-click de pisadas sobre él, se volvió y vio a otro hombre caminando sobre una rampa de vigilancia. “¿Quién soy?” , le gritó. Realmente no esperaba obtener respuesta.
Pero el hombre miró hacia abajo, y comenzó a correr.
Apuntó el revólver hacia arriba y disparó dos veces. El hombre se detuvo, y cayó de rodillas, pero antes de caer pulsó un botón rojo en la pared.
Una sirena comenzó a aullar, ruidosa y claramente.
“¡Asesino! ¡asesino! ¡asesino!” – bramaron los altavoces.
Los trabajadores no levantaron la vista. Continuaron trabajando.
Corrió, intentando alejarse de la sirena, del altavoz. Vio una puerta, y corrió hacia ella.
La abrió, y cuatro hombres uniformados aparecieron. Le dispararon con extrañas armas de energía. Los rayos pasaron a su lado.
Disparó tres veces más, y uno de los hombres uniformados cayó, su arma resonó al caer al suelo.
Corrió en otra dirección, pero más uniformados llegaban desde la otra puerta. Miró furiosamente alrededor. ¡Estaban llegando de todos lados! ¡Tenía que escapar!
Trepó, más y más alto, hacia la parte superior. Pero había más de ellos allí. Le tenían atrapado. Disparó hasta vaciar el cargador del revólver.
Se acercaron hacia él, algunos desde arriba, otros desde abajo. “¡Por favor! ¡No disparen! ¡No se dan cuenta que solo quiero saber quién soy!”
Dispararon, y los rayos de energía le abatieron. Todo se volvió oscuro…
Les observaron cómo cerraban la puerta tras él, y entonces el camión se alejó. “Uno de ellos se convierte en asesino de vez en cuando”, dijo el guarda.
“No lo entiendo”, dijo el segundo, rascándose la cabeza. “Mira ese. ¿Qué era lo que decía? Solo quiero saber quién soy. Eso era”.
Parecía casi humano. Estoy comenzando a pensar que están haciendo esos robots demasiado bien.”
Observaron al camión de reparación de robots desaparecer por la curva.
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