● El bebe

 

            ● El bebe

             



I

 —¿Me pregunta cómo fue que su hija termino conmigo, mi señora?

     — Sí. ¿Y cómo fue que un tunante como usted se llevó a mi hija de mi lado?

     — No debería preocuparle mi señora el que un tunante como yo se la llevara, cualquiera se la podría haber llevado. Un doctor o un ladrón, eso no hace la diferencia.

     — ¿Cómo qué no? ¡Aprovechado, insolente! Un doctor me le hubiese dado todo lo que ella se merece.

     — Ese es su problema, mi señora. Quiere para usted de lo que a ella en gracias le ha dado de sobra el universo.

     — Por ser su madre, el derecho me asiste. O usted cree, cretino, que las cualidades que ella tiene le vienen de una subasta en el mercado. Cree usted que me la encontré en un canasto, ¡no señor! Acaso imagina que ella se alimentó en seno ajeno, o que lo que ella es, es producto de la calle, o que el título de la universidad se lo pague con estampitas del divino niño, pues no…

     —No se afane, mi señora; la vida suele dar ventura a quien no se la merece.

     —De un mequetrefe como usted no será, pues ni para morirse tiene.

     —Por supuesto, mi señora, para morir solo tengo la vida, pero no olvide que la juventud todo lo puede.

     —Para un miserable como usted, la vida siempre se le queda en propósitos y buenas intenciones. ¡Pobre de mí! Una hija malograda y mi vejez con la soledad del abandono a las espaldas.

     —Su hija me ama, mi señora, le guste o no…

 

II

   

     —Hola, mijita. ¡Qué alegría verte!

     —Hola, mamá. También me alegro mucho de verte. Te cuento que: ¡Estoy embarazada mamá!

     —¡Me muero, me muero de la alegría que me da semejante noticia, hija mía!

     —¡Pingüina!, ¡¿vamos a ser papás?! Qué felicidad tan impresionante. Es un niño, una niña, ¡dime que es por favor!

     —Con calma mi pingüino, apenas tengo nueve semanas y aún no se puede saber.

     —Mijito, toma y ve y te traes un vinito, o mejor una botellita de champaña, esto tenemos que celebrarlo.

     —Por supuesto, mami, no tardo. Tú quieres algo más mi pingüina.

     —Sí, por favor, me traes una milhoja, desde que salí del laboratorio me entraron antojos de una.

 

III

 

     —Mijita, y como le van a hacer, un bebe trae muchos gastos y ese gañán ni para un cigarrillo ha de tener.

     —Mamá, no empieces. No sabes nada. Además, no creo que me quieras dañar el momento.

     — ¡Bueno, bueno, bueno! Si es niño se llamará Arturo como tu papá y si es niña, Ana, como tu abuela, en eso habíamos quedado desde hace años.

     — ¡Mamá! Eso fue cuando era apenas una niña, hoy no sé. En todo caso, eso lo definimos con mi pingüino.

     —Sea pues. Pero mija, me preocupa tu futuro y ahora el de la criatura. Tendrían que venirse a vivir conmigo. Esta casa es grande. Desde que su papá se fue con la zorra esa y con tu hermano en Berlín, esto parece ser más un museo que una casa de familia.

   

IV

 

     —Te traje seis milhojas mi pingüina, no sea que tu apetito aumente tus antojos… Suegrita, ¿dónde tiene el juego para vinos?

     —En la cocina, mijito; en el estante de la izquierda y a la derecha.

     —Pingüina, ¿tú quieres lechecita?, también traje. No creo que sea bueno que tomes vino.

     —No mi pingüino, no me pienso perder el vinito por nada, además, una copita que yo me tome, a él no le va a hacer daño.

     —Si mijita, es mejor que empieces a cuidarte. Mijo en la nevera había leche.

     —Si vez, mi pingüina, el bebe ya empezó a obrar milagros. Estoy de acuerdo con mi suegrita.

     —No empieces con tus cosas, mi pingüino. Y les digo a ambos, desde ahora, que voy es a tener un bebe, no a estar enferma. Trae las copitas, mi pingüino y nos tomamos el vinito, la ocasión lo amerita. ¿No es cierto, mami? 

 

V

 

     —Hija, esté ignorante como es que sabe de vinos; acaso lo leyó en una revista de futbol o en un periódico, de esos con los que envuelve el pescado en la plaza. Con lo que le di, no le alcanzaba. Se gastó un platal en ese vino que trajo; no sería mejor que empiece a ahorrar desde ahora mismo. Lo que se les viene encima es muy duro como para que ande derrochando el dinero que no tiene.

     — ¡Mamá! Deja en paz a mi pingüino. Hace seis años que no veníamos a visitarte y tú con tus cosas.

     —Ni siquiera tuvieron el detalle de avisarme, ¡ah!, y para colmo llega ese, solo, a mi casa.

     —Mamá, teníamos que hacerlo así. Teníamos muchas cosas que hacer antes de venir aquí.

     —Es decir que ya tienen varios días de estar en Bogotá. ¿Cómo es eso? ¿No lo entiendo? No podían haber llegado primero a esta, tu casa.

    —Luego lo entenderás, mami.

     —Ese mequetrefe te tiene idiotizada. Recuerda que primero conociste madre, hija mía.

     —¡Ay, mamá!, que poco me conoces.

 

 

 

VI

 

     —Brindemos por él bebe, por su nieto, por su hija que va a ser madre, por mí que voy a ser padre y por usted mi suegrita, que va a ser abuela.

    — ¿Por qué no llegaron primero a la casa, mijito? Están desde hace días en la ciudad; hasta ahora se aparecen y para colmo de sorpresa. Acaso quién soy, la nana que crio a esta niña.

     —No se afane suegrita, todo tiene una explicación. Quedamos con mi pingüina en qué ella se lo explicaría… Pingüina, ya llego Jaimito. Se me hace tarde. Las recojo en cuanto termine la reunión, mi par pingüinitas. Déjame besar tu pancita para despedirme de mi pingüina chiquitita.

     —Ya te dije, mi pingüino, que todavía no sabemos de qué sexo es él bebe.

     —Hasta luego mi suegrita, espero que le haya gustado la sorpresita…

     —Ni crea que se la voy a pasar por cuenta de mi nieto, zoquete este.

     — ¡¡Mamá!!

 

VII

 

    —Nada de, ¡mamá! Se quedan en mi casa, como es eso de que las recojo.

    —¡Merceditas!, arregla el tendido de la cama del cuarto de invitados. Adrianita se va a quedar con su marido en casa desde esta noche. Mañana vemos cómo les arreglamos el apartamento del fondo.

     —No te afanes por eso, mamá.

     —Si no fuera por él bebe, te daría unos buenos sopapos, so ingrata. Y como si fuera poco, el atorrante de tu marido no hace más que contestarme de mala manera, parece que disfruta restregarme por la cara su menesterosa humanidad. Y quién es ese tal «Jaimito» …

     —Es nuestro conductor. Nos vamos a venir a vivir a Bogotá, mamá. Estábamos comprando una casa en las colinas y hasta que no cerráramos el trato no queríamos venir. Teníamos buenas sospechas con lo del bebé y como a su yerno lo mandó a dirigir la sede que tiene en Colombia, la empresa para la que trabaja, pues ni modo, aquí estaremos por un buen tiempo.   

     — ¡¿Qué pasa mamá?! Por qué te quedas tan callada…

 

          Jazòn

          3 de abril de 2019

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           Jaime Zàrate León

           Editado, enero 14 de 2024

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