● Un poquito de cielo
● Un poquito de cielo
Dibujo de Sofia Alejandra Zàrate, nieta del autor |
María Luisa se sabe hermosa y no duda en acicalarse de manera que sus atributos físicos salten a la vista de su distinguida clientela; juega con la libido masculina a su antojo pues aprendió que de ello depende que al final del día, sus ingresos sean lo suficientemente buenos para que ella pueda mantener a cubierto todos sus gastos. Ha pensado que el hombre es un animal supremamente visual, dado que, por unas piernas descubiertas, o un escote insinuante, este, paga un tinto que a lo mejor no desea beber. María Luisa está acostumbrada, desde muy niña, a los asedios masculinos, solo que, en este caso, al comienzo de su trajinar por las calles de la ciudad vendiendo tinto, el comportamiento de aquella jauría en celo le ha ocasionado alguno que otro dolor de cabeza, en especial con las mujeres de sus clientes, pero con la constancia que obliga a la necesidad, poco a poco ha sabido ganarse el respeto de todos y todas.
El día de hoy no es distinto, al menos en su trato amable y jovial para con los demás. Pero, precisamente hoy, trae una preocupación en el alma que no la deja expresar en sus ojos esa alegría propia de su azabachado rostro. María Luisa acostumbra halar su coche cargado de termos a lo largo de la calle y atestada de carros en reparación, con su sonrisa a flor de labios: solo que el día de hoy no deja ver fácilmente esos dientes blancos y del tamaño de piezas de dominó que le adornan la boca. Camila, su hija de siete años, requiere una serie de medicinas con carácter urgente por cuenta de una infección intestinal que cogió por andar metiéndose todo lo que encuentra en la boca. Pago el arriendo del apartamento que ocupa con su hija, los recibos de luz y agua, hizo mercado y se quedó sin dinero en mal momento.
Desde el instante que tuvo ante sus ojos la fórmula médica que la doctora le dio, después de estar por lo menos tres horas en el hospital, supo que poseía problemas. Apenas pudo reunir un dinero prestado para comprar una de las medicinas con una de sus amigas de fatigas citadinas. No durmió en toda la noche pensando en cómo reunir el dinero que le faltaba y a medida que descartaba posibilidades, el sueño emigraba de su cuerpo con mayor celeridad. Repaso uno por uno a todos sus clientes y en ninguno de ellos vio una posibilidad aproximada de solución a su problema. Unos: porque sabía a ciencia cierta que, a estas alturas, siendo lunes, ellos desde el domingo en la madrugada ya tendrían los bolsillos vacíos; otros que, aunque tuviesen el dinero, sus mujeres, bajo ningún pretexto les permitirían el que le prestaran ese dinero, los demás no le generaban la confianza suficiente para atreverse a solicitarles el favor.
A eso de las cinco de la mañana y con media hora de sueño en los ojos y mientras preparaba el café, lavaba los termos con agua caliente, alistaba vasos, azúcar, cigarrillos y su carro de trabajo, pensó en el señor Higuita. Entendió al instante en que consistiría el riesgo de recurrir a aquel hombre maduro, separado, dueño de su taller, deslenguado, zalamero y a todas luces insaciable de una necesidad patológica de mujeres. Habiendo hecho el anterior análisis, descarto por completo a aquel hombre canoso, de cara sonrosada, alegre y «entrador», como le decía su amiga Mariela.
El señor Higuita, una vez la ve llegar, no tarda en darse cuenta de que a ella le pasa algo y después de saludarla con la cordialidad de siempre y sin insinuaciones de ningún tipo, no duda en salir de la duda.
—¿Qué te pasa mi bella Marusa?, parece que te traes un lio bien grande.
—¡Aja!, nada, señor Higuita. Problemas que no faltan.
—Mija, no te pongas con pendejadas conmigo, la Mariela ya me contó.
—¡Qué monda! ¡Ya va a saber lo que es el ñame y el queso costeño la cachaca esa, por andar de boquifloja!
—¡Nada! Ten el dinero que te hace falta y algo más, y vete por las drogas para Camilita.
—¡Muchas, muchas gracias señor Higuita! En cuanto pueda le pago esté dinero. Usted bien sabe que dependo de las ventas de mi tinto, ¿cierto? Así que me voy a demo...
—¡Vete, vete ya!, eso lo arreglaremos después, no te preocupes.
María Luisa sale rauda en la búsqueda de la primera farmacia que se encuentre abierta con la mente puesta en el hombre que no ha hecho otra cosa que «pedírselo» desde el primer día que la conoció. Ella piensa mientras se atropella con cuánta piedra se encuentra en el camino, que, a pesar de lo deslenguado de aquel hombre, siempre lo ha visto con buenos ojos. El señor Higuita se ha ganado el cielo con esté favor no pedido, se dice sin que nadie la escuche pocos metros antes de llegar a la droguería de la señorita Gómez, y puede que ella sea quien le dé un poquito de ese cielo que tanto pide. Ella ya había soñado con «dárselo», con gusto y sin nada a cambio desde hacía unas cuantas lunas. Al fin de cuentas, ese olor rancio de la grasa en su overol a ella no le disgusta como a las demás.
Jazòn
Jaime Zàrate Leòn
Octubre 16 de 2022 ®
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