● Es mi niña bonita
● Es mi niña bonita
Don Carlos se halla postrado en el fondo del bar sobre la tapa de una mesa. Una botella de aguardiente vacía, una copa llena de licor en una mano y un cenicero abarrotado de colillas de cigarrillo son su única compañía. Lleva varias semanas seguidas bebiendo y fumando como un preso; cabe decir que había dejado de fumar hacía por lo menos quince años. A su casa va apenas a dormir un par de horas para luego de lo cual salir a buscar la primera tienda, el primer bar o cualesquiera de los supermercados que se encuentre en el camino en donde poder comprar una botella de licor, en especial aguardiente como ya vimos. Su camisa sucia, su pantalón arrugado, el cabello largo y la barba que nunca se había dejado crecer lo hacen ver más viejo y le dan un aire a poeta marginal. En más de una ocasión la madrugada lo ha encontrado dormido sobre una mesa como en la que lo vemos ahora.
El dueño del lugar: don Miguel, amigo suyo y razón por la que puede pernoctar en el lugar, se acerca a la mesa y se sienta a su lado con cuidado y de manera respetuosa lo llama...
—Carlos, hermano, despierte. Mire que ya me tengo que ir —le dice el hombre con afecto.
—Tranquilo Miguel, mejor acompáñeme. Tráete una botella de guaro, otra copa y nos la tomamos —le dice al hombre sin levantar la cabeza de la mesa con una voz pastosa.
—¡No hermano!, a usted ya no le cabe una gota más, mejor camine y lo acompaño a tomar un taxi —le dice con impaciencia.
Carlos, en medio de la borrachera que tiene presiente que su amigo lo puede escuchar. Lleva una espina de tiburón atravesada en la garganta y como no ha intentado sacarla con nadie, intuye que él es la persona indicada para desahogar aquello que le agobia el alma y le somete el espíritu al abandono total en manos del licor.
—Hermano, ¡escúchame por favor! —le dice, a manera de súplica y de manera simultánea y al ritmo propio de una cámara lenta cinematográfica, endereza el tronco de su cuerpo para ponerse a la altura de los ojos de su amigo—. Ella es mi niña bonita y como es que me hace eso ¿¡ah!? —le dice, somnoliento y pensativo una vez tiene ante sí el rostro de don Miguel.
Miguel guarda silencio: intuye que, si lo deja hablar, el hombre que tiene al frente bien pudiera encontrar el camino de retorno a una vida dedicada a su familia y a sus negocios.
—... ¡sí, es verdad!, yo quería un niño, pero llegué a amarla como jamás imaginé que se pueda llegar a amar a otro ser vivo —le dice exaltado—. Creció y es lo más bello que existe y estaba convencido de que se casaría de blanco y de que me daría nietos, y ahora ¿qué?, ¡ah!... —le dice con un dejo de sollozo en la garganta y con la presencia de una humedad que raya en un par de goterones de lágrima inocultable en la comisura de los ojos
—¿Será posible qué ese sea mi castigo por haber deseado tanto que fuera un niño? ¿Acaso debo pagar por mi maldito odio que le tengo a esa gente? Hermano, es que no puedo con eso. Con el solo hecho de imaginarla con otra mujer se me revuelve el estómago, ¡créame! Pensar en lo que diría mi padre me enloquece. De seguro él me culparía si estuviera vivo, no lo dudo. Ya lo escucho desde donde esté, diciéndome: —¿Sos un huevòn o qué? Yo crié un macho para que engendrará machitos y hembritas con todas las de la ley y no para que me saliera con una cochinada como esa.
Carlos da muestras de despertar por completo y en un acto reflejo se bebe de un solo trago y con rabia el licor presente en la copa que ha tenido todo el tiempo en la mano.
—¡Hermano!, la he echado de la casa; le he gritado que no es hija mía; le he dicho que no quiero volver a verla; la he maldecido y me he maldecido en su carita... Hermano, qué cosa tan tremenda es esto —le dice, tomando aire de manera que le dé un respiro a esas ganas de llorar que lo acusan.
—Se ha ido llorando. Se ha llevado apenas los chiros que tenía puestos; le ha dado un beso a su madre y a mí me ha dicho que me ama —le dice, mientras se le ve haciendo un esfuerzo muy superior al estado en el que se encuentra para poder aguantar un poco más las lágrimas que lo someten—, y todo antes de coger de la mano a esa mujer que más parece ser su hermana. Y la he visto subir al taxi en el que se marchado «dizque para siempre» ...
Carlos se queda un momento en silencio y paralizado por sus pensamientos, da la impresión de que está a punto de tomar una determinación, pero algo en su interior lo domina lo que lo hace parecer como si fuese un tótem hecho de carne y fuego.
—Hermano, me muero por ir a buscarla, correr tras ella para decirle que no hay problema, que ella puede ser lo que quiera, pero la voz de mi padre en mi cabeza me lo impide —le dice con angustia. Y sin poder contener más el llanto que lo acongoja se deja consumir sobre el hombro de don Miguel por el par de hilos de agua salada que brotan de sus ojos.
Jazòn
Jaime Zàrate Leòn
Agosto 30 2022 ®
Comentarios
Publicar un comentario