● Ojalá
● Ojalá
Desde la ventana la hemos visto venir a partir de cuándo doblo en la esquina. Son las diez de la noche y al parecer ella está a punto de terminar su jornada de trabajo. Mi mujer y yo creemos que lleva cerca de seis horas o más, recorriendo las calles y en medio de la pertinaz lluvia que cae, recogiendo en su carreta cuanto material de reciclaje ha encontrado, dado que su carga sobredimensionada así nos lo hace pensar. Bajo un gorro de lana que le cubre la cabeza hasta debajo de las orejas vemos un rostro sucio y salteado de gotas de agua de color pardusco y algo nos dice que no solo se debe a las gotas finas de la lluvia que cae, ya que sus ojos irritados la delatan: ¡está llorando! Todo nos indica que ese llanto tiene su tiempo pues tiene la mugre de la cara difuminada por todo su rostro como si este fuese una pintura surrealista y la hinchazón prominente en el contorno de sus ojos nos confirman su llorar, aunque tampoco sabemos si se debe al llanto o por alguna otra razón; no es bueno hacer conjeturas a la carrera. Mi mujer me dice que es la primera vez que la ve por acá y la verdad, yo tampoco la había visto antes. Se ha detenido enfrente de nosotros, abajo, en esta calle solitaria y llena de sombras junto a ese contenedor de basuras: sí, de esos que la alcaldía puso por miles a lo largo y ancho de la ciudad, y observamos como del fondo de la carreta ha extraído una bolsa plástica negra no muy grande, de esas que se usan para la basura y una bolsa plástica blanca más pequeña, ambas con algo dentro.
—Mijo fíjate, mira como se ha sentado al borde del andén y se ha agachado sobre su regazo y como se ha puesto la bolsa plástica negra sobre las piernas. Mira con qué cuidado la trata.
—Mija, ¿si escuchas como la mujer llora y gime muy quedito, cierto?...
—Sé que jamás tendré un mínimo de perdón y si existe otro infierno distinto a este, allá tampoco lo tendré.
—Mija, ¡¿escuchaste lo que dijo?¡
—¡Sí...!, ¡pobrecita!
—¡Deja escuchar, mujer! Mira como se ha doblado todavía más sobre sus piernas y con la bolsa contra su pecho.
—No es mi culpa, Tú lo sabes... ¡Es Tuya!, por haber tenido la fantástica idea de crear a esos seres infernales y que se te dio por llamar hombres. ¿¡O dime!?, ¡Tú!, cómo es que una puede estar preparada para desconfiar de alguien que dice ser tu padre, ¡ah!
—Mijo, esa mujer le implora al cielo algún milagro, de eso estoy segura.
La mujer nos sorprende ya que después de que parecía llorar, orar, meditar o todo junto y con la mirada al cielo oscuro, de pronto: como una gacela, se ha puesto en pie y ha dejado las dos bolsas en el interior del contenedor sobre las basuras.
—Mijo, ¿qué habrá dejado entre esas...?
—¡Ojalá alguien te encuentre pronto! ¡Llora fuerte bebé, tu vida depende de eso!
—¿Escuchaste Hortensia? La mujer esa ha salido como alma que lleva el diablo calle abajo y ha dejado un nene entre la basura.
—¡Mijo! ¡El milagro que tantos años le hemos pedido a San Gabriel Arcángel se nos ha cumplido!... ¡Jacinto, levántate de esa silla! No te quedes ahí pasmado. Vamos por él.
Jazòn
Julio 13 2022 ®
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