Deuda Saldada
Deuda Saldada
La noche terminaba para Gabriela y para Esteban, salieron de
cine con un caminar alegre y ágil, tenían planeado terminar el día en el
apartamento de él, durante la semana bromearon con este plan aplazado por más
de dos meses, frustrado por la universidad de ella y los viajes de trabajo de
él.
Gabriela —Parece que por fin tendremos tiempo para pasarlo
solos—Le dijo ella apenas al salir de la sala de cine.
Esteban —Si, por fin no nos quedaremos con las ganas de
despertar juntitos.
Lo dijo con un asomo de sonrojo en las mejillas, sabía lo
que ello implicaba. Ella con una sonrisa socarrona acepto la insinuación aumentando en él, el
color ya sonrosado en las mejillas.
Esteban tenia veinticinco años y Gabriela era su primer
novia, su primer encuentro sexual, era su primer todo con una mujer, algo
tímido por naturaleza, le había costado mucho acercársele, a ella ya le gustaba
el chico tímido pero no la convencía del todo y lo hiso sufrir un tiempo antes
de dejarlo acercársele. Gabriela un poco mayor con veintiséis años tenía una
vida más agitada, la universidad le copaba la mayor parte de su tiempo, sin
embargo se las arreglaba para tener una vida social muy apretada, cosa que a
Esteban mortificaba en demasía.
Al llegar al barrio donde él vivía las calles bullían al
fragor de gentes que buscan la rumba propia de los viernes, ruidos de carros que pitan, motos en su
trepidante pasar, gentes que ríen o hablan en voz tan alta que parecen discutir,
música fiestera que emerge de locales que al mirar en su interior se observan a
parejas bailar en alegres piruetas de gimnasia, mientras bebedores taciturnos
con las mesas llenas de botellas se soslayan al contoneo de las mujeres que
bailan. La noche de viernes a las nueve parece que apenas comienza, puestos de
vendedores ambulantes de comidas rápidas con infinidad de sabores y colores,
con la particularidad que cada toldo ostentaba su propia música estridente y
cada una con un género distinto lo que hacía del tránsito por el lugar algo
suigeneris, para el par de muchachos solo aumento la alegría al pasear de la
mano, él le ofreció comer algo a lo que ella se negó, la verdad quería estar
con él y no lo dejaría dilatarlo más.
Esteban —La película esto muy buena, no me gustó mucho el
final, pero no demerita el resto —Le
decía el a Gabriela mientras caminaban en medio del bullicio.
Gabriela —A mi si me gusto el final, los finales rosas no me
atraen mucho, además él no se merecía quedar con Sofía, la hiso sufrir mucho.
Esteban no quería polemizar con ella y acepto el argumento
de su chica, además los nervios de lo que se avecinaba lo tenían muy inquieto.
Caminaron desprevenidamente, alegres y enamorados. Sin
notarlo; pues estaban embebidos en sus besos y miradas lujuriosas salieron de
las bulliciosas calles, al girar en una esquina que encaminaba sus pasos a ya pocas
cuadras del apartamento todo cambio intempestivamente, el silencio tomo posesión
del ambiente la calle se mostró vacía; bien iluminada eso sí, lo que contribuyó
a que los muchachos siguieran sus pasos sin cambio alguno. Una leve y fría
brisa los acogió desde atrás en su caminar, el largo cabello de Gabriela se
agito sobre su rostro lo que les ocasionó una pequeña incomodidad en sus
arrumacos amorosos y los hizo consientes de la soledad en la calle. Apresuraron
el paso, sus corazones se aceleraron a la par y no por la excitación física
ocasionada por su amor.
A medida que avanzaban Gabriela empezó a escuchar el crepitar
de chapas que se cerraban, luces interiores que se apagaban tras de ese chirriar
de cerraduras, luces que se apagan tras los vidrios esmerilados que dejaban ver
siluetas de seres que terminaban su día, lo que inquieto a la muchacha fue el
coordinado movimiento de cierre de cerraduras y el apagado de las luces con los
pasos del par de enamorados, por cada puerta que pasaban así sucedía a lo largo
y ancho de la calle, no le quiso poner importancia pero ya avanzada la calle no
cambio este hecho y le comento a Esteban
Gabriela — Si te das cuenta lo que está pasando, a medida
que avanzamos se cierra por dentro una puerta y apagan la luz.
Esteban —Si, ya me di cuenta y está bien curioso ¿cierto?
Gabriela —Si
Inconscientemente apresuraron el paso, en el resto de la
calle no dejo de pasar, no se atrevieron a correr, una sensación de angustia
los invadió. Al llegar a la siguiente esquina se encontraron de repente con una
pareja de mujeres que caminaban en sentido contrario al de ellos.
Las dos mujeres vestidas de estricto luto, con pañoletas
bordadas que apenas les cubrían unas canosas y largas cabelleras, unas arrugas
en sus rostros quemados por el tiempo, tan profundas que denotaban una edad
mucho mayor de la que en verdad tendrían este par de viudas.
Una de ellas parecía conocer a Esteban, lo aborda y lo
saluda.
Viuda Uno —Hola niño Esteban que alegría encontrármelo por
acá, precisamente estábamos hablando de ti—
tratando de tomar su mano cariñosamente, cosa que el rechazo discretamente.
La sangre se le helo a Esteban, la voz y no el rostro eran
la de una amiga de su mama a la que él siempre le había hecho más de una
travesura cuando él era niño, no recordaría fácilmente el nombre de ella.
Esteban —Como esta señora— dudo; y sin terminar la frase, no recordaba el nombre de aquella mujer,
termino preguntándole — ¿Que hace más bien usted por acá en esta ciudad?
Viuda Dos — Estábamos buscándolo niño Esteban, tenemos
urgencia de entregarle algunas cosas que su mama le envió.
Esteban empezó a entrar en pánico, la voz de la segunda
mujer también era conocida, pero el rostro no correspondía, Gabriela noto el
estado de ánimo de Esteban y se contagió sin saber por qué de la angustia ya
notoria en el rostro de él.
Sin saber que hacer o que responder Esteban quedo congelado,
su mama había fallecido hacía más de un año, las voces de las dos mujeres
correspondían a amigas de su mama ya fallecidas también hace algunos años, por
cierto; recordó que su mama lo había obligado a asistir a los funerales de
ambas, con trece y catorce años respectivamente no tenía mucha opción para
negarse a las órdenes de su cariñosa
madre.
Esteban— La verdad andamos algo apresurados señora…..— Volvió a dudar al no recordar el nombre,
sintió algo de vergüenza.
En ese momento se abre un portón justo al lado donde se
desarrollaban los acontecimientos, pertenecía a la última casa de la
cuadra, quedaba ubicado en la casa de la
esquina, uniendo la calle con la carrera, se les antojo muy ancho al par de
asustados enamorados.
Viuda dos — No te demoraremos mucho niño Esteban— tomándolo de la parte media del brazo, obligándolo
a entrar en el portón recién abierto, Gabriela los siguió, luchando con una
angustia en aumento.
El interior se encontraba exageradamente iluminado casi dolía
en los ojos tanta luz, paredes blancas
impecables; carentes de adornos, cuadros o cualquier otro elemento decorativo,
el piso brillante de color crema igualmente reluciente, daban al lugar un aire
de hospital, un olor intenso a sándalo los sobrecogió. En medio del amplio
salón una mesa de dos metros de largo por uno de ancho, con una altura de
ochenta centímetros en madera pintada de color negro, logrando un contraste
impresionante con el ambienté del lugar, siendo la mesa el único elemento de
mobiliario. Un viejo y pálido bastón sacado de una rama de sauce, causo curiosidad en Gabriela, a su izquierda
luego de entrar lo vio al lado del portón, mientras entraban pareció hacerle un
guiño, —recuerda que estoy aquí— parecía decirle.
Las dos mujeres con agilidad sorprendente tomaron a Esteban de los brazos y lo acostaron sobre la
mesa cuan largo era, Gabriela petrificada por el susto intento gritar, solo un leve gemido logro salir de su angustiada
boca — ¡Esteban, Esteban!— El luchaba por soltarse de unas ataduras
inexistentes; su cuerpo no respondía, calambres recorrían todo su cuerpo
inmovilizándolo por completo.
Las dos mujeres desaparecieron un momento antes de que se
apagaran las luces, dejando un negro tan absoluto que nada se podía ver la respiración
agitada de ambos fue su único aviso de estar ahí, Juntos. Después de unos
breves momentos por fin Gabriela pudo articular una frase, presa aun de una
inmovilidad corporal apabullante.
Gabriela — ¿Qué está pasando Esteban, me muero de angustia?— la voz de Gabriela se escuchó clara, nítida
y con la suficiente fuerza para que él la escuchara.
El silencio se mantenía pertinaz, los segundos eran horas
para la pareja, Esteban escucho a Gabriela pero no podía pronunciar una sola
silaba, preso del pánico luchaba por moverse o decir algo.
Gabriela — ¡Por favor contéstame!, no puedo ni moverme—lo dijo casi gritando—
¿Quiénes son esas
señoras y por qué te tratan con tanta familiaridad?
Quería contestarle, no podía; el miedo, esas voces que no
correspondían a los rostros que él conocía, un montón de recuerdos de infancia
en casa de ellas y ese dolor en todo el cuerpo, imposibilitaban sus deseos.
Gabriela — No me has contado nada de tu infancia y parece
que ellas te conocen de cuando eras niño — su
tono de voz sonó algo más calmada, empezaba a acostumbrarse a la oscuridad no
al silencio.
Viuda uno — Por supuesto que nos conoce de cuando era niño— Se escuchó de pronto— el niño Esteban
acompañaba a Merceditas cuando ella nos visitaba, esas tarde de sábado — la luz aún se mantenía ausente.
Viuda dos — Claro que nos recuerda, siempre que venían,
alguna maldad nos hacia el muy pilluelo— se
escuchó en la otra voz de la segunda viuda — El niño Esteban se las
arreglaba para dejarnos un recuerdo de su visita.
Viuda uno — Merceditas lo regañaba y en una ocasión la
pilatuna se salió de control y a ella le toco darle su buena tunda al llegar a
su casa. Nos contó Merceditas que duro dos días en cama el ladino este.
Viuda dos — A mi casi me cuesta la vida, yo lo perdone
prontito, era tan niño y tan hermoso que todo le perdonábamos— la segunda voz
se escuchó tierna y condescendiente.
Esteban — Se los repito aun hoy, esa pastilla no la puse yo
en tu café señora Magola— la voz de
Esteban le salió de lo más profundo del alma, a la vez que en su memoria
aparecieron el recuerdo de los nombres de estas dos viudas —Fue Jorge, su hijo señora Carmen— con el último aliento del que pudo valerse.
Viuda uno, viuda dos — Lo sabemos niño Esteban — Cantaron al unisonó el par de voces
femeninas — el ya pago por eso.
Gabriela — ¿Que quieren de nosotros? — grito ella en tono
enérgico, sacando fuerzas de donde no tenia, no se escuchó respuesta alguna,
parecía que Gabriela no existía para el par de mujeres.
Una tenue luz amarillenta
asomo en una esquina del lugar, un candelabro con una llama que parecía
extinguirse ilumino desde esa esquina el salón. Esteba logro ver a Gabriela y
ella a él, seguían dramáticamente congelados en sus sitios, el espanto asomo en
sus rostros al no ver a las propietarias de las dos voces que dialogaban con
ellos, a pesar de la poca luz ellas no estaba en el lugar, no las veían.
Magola — Estamos aquí niño Esteban por algo muy importante y
que tú nos debes aclarar.
Carmen — Merceditas, tu mama nos contó unas cositas que
deseamos nos aclares.
Las voces seguían escuchándose, ahora más enérgicas, más
apremiantes, al par de viudas no se les
veía por ningún lado, la penumbra hacía de ese momento algo muy tenso para el
par de enamorados.
Magola— Nos contó que aquel día de Diciembre, cuando se nos
perdió Jorge con Angelita tú también estabas con ellos.
Carmen — Nunca nos dijeron que tu estuviste presente, ¡cuando
atacaron a mi bebe!
Las voces del par de viudas se escuchaban enérgicas,
apremiantes, el crescendo en el tono era
evidente. Esteban cada vez más traslucido en su palidez, las viudas seguían sin
dejarse ver, Gabriela lloraba con un
sonido apagado casi inaudible, presa de un pánico insospechado, la ignoraban
por completo, definitivamente no existía en ese apagado salón.
Magola — Angelita nos dijo que tú también estuviste ahí, que
te escucho cuando le preguntabas a Jorge si de verdad Angelita estaba inconsciente.
Carmen — Nunca le creímos, la palabra de Merceditas para
nosotras era sagrada.
Magola — Tu estuviste ahí, también abusaste de nuestro bebe.
Carmen — Ahora no puedes negarlo, criminal despiadado— la voz de la mujer se había transformado de
dulce y tierna en un agudo y acusador grito.
Tan pronto Carmen dijo esto y de improviso, aparecieron
inclinadas sobre el rostro del aterrorizado muchacho, los arrugados rostros
casi rosaban las mejillas pálidas de Esteban, Gabriela gritaba pero su voz
apenas se escuchaba.
Gabriela — Esteban de que hablan estas señoras— Gritaba la desconsolada muchacha, sin que ni
ella misma alcanzará a escucharse, su
voz era apenas un susurro.
Esteban — No lo sé amor, yo no estuve ese día con ellos, mi
mama se los dijo— La voz de Gabriela le
había llegado como una leve brisa de
otoño.
Magola- Carmen — Mentiroso— Le gritaron sobre el rostro el par de viudas al unísono.
Carmen — Tu mama nos lo acaba de contar, ella te creyó
cuando le dijiste que tú no estabas con ellos, que estabas en la universidad,
tuviste muchos cómplices
Magola — Todos tendrán su premio no te preocupes niño
Esteban.
Esteban — ¿Como que mi mama se los acaba de contar?, ella
murió hace un año, viejas chifladas — El
muchacho en un intento agónico por recuperar su dominio les aulló el insulto.
— Yo no estuve ahí — gritaba a todo
pulmón.
Voz de niña — Si estabas ahí Esteban, no lo puedes negar—De la nada apareció una joven de trece años,
blanca, de cabellos negros, voz angelical, su caminar parsimonioso desde otra
esquina se acercaba a la mesa, parecía flotar en medio de la penumbra
amarillenta.
Esteban — Tú también estas muerta Ángela, Jorge no dejo
testigos y yo tampoco.
Magola, Carmen y Ángela — Asesino— le gritaron las tres y desaparecieron.
La luz regreso en
todo su esplendor al amplio salón, Gabriela cegada por la luz intempestiva no
observo nada más, lloraba aun desconsolada, lo que acababa de escuchar destruyo
su alma, busco la salida y se encamino al amplio portón, Esteban no
reaccionaba, a ella poco le importaba la suerte de ese desconocido, salió sin
problema a la calle aun solitaria, se sentó sobre la orilla del andén, refugio
su rostro entre sus manos y descargo en lágrimas todo su dolor.
Unos tenues rayos del sol calentaron la mañana, no habrían transcurrido
más de dos minutos desde cuando ella salió, no parecía haber transcurrido tanto
tiempo, cuando salió no se percató que la mañana hacia su aparición.
Gabriela — Como es posible que la noche se pasara tan rápido—
Pensó ella con profunda tristeza y en su
rostro los vestigios de un mar de lágrimas.
Pasado ese corto tiempo salió un hombre viejo, con las
arrugas más crueles que podría portar un rostro, encorvado, sostenido sobre el bastón
que al entrar le hizo el guiño y gimiendo como un condenado, Gabriela reconoció
inmediatamente a Esteban. Lo miro directamente a los ojos, giro sobre sus pies
y se marchó. Nunca más supo el de ella.
Jaime zarate l
D. R.A
jaz
15-
10-2017
https://www.facebook.com/jaime.zarate.l/
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