publicado en el Espectador
Chatear, increíblemente, cambió mi vida
30 Mar 2017 - 5:12 PM
Cuando la vida nos pone responsabilidades en frente, nos absorben y, en algunas ocasiones, nos dominan.
Así transcurría buena parte de mis días. Mi vida social fue, durante muchos años, un gran y rotundo cero: separado y con tantas obligaciones no quedó de otra. Desconectado de la vida social, amigos, amigas, novia, no tenían cabida. En cambio, clientes, proveedores, mecánicos, pasajeros serían mi contacto permanente.
Comprar un computador dio por finalizada esa desconexión y se abrió el horizonte de la red.
Por medio de Messenger tuve la oportunidad de hacer vida social. Pasaron por ahí varias amistades, la mayoría femeninas, he de confesar. Unas cercanas, otras de ciudades y países lejanos, en especial España y Estados unidos; algunas citas en esquinas, en centros comerciales, unas con cierto éxito, otras de un fracaso absoluto.
Por ese tiempo arranqué una serie de comunicaciones con Lady desde un grupo de poesía. Ella estaba en California y yo en Bogotá. Los mensajes iban y venían, cada vez más personales, más en confianza. Poco a poco llegamos a cruzarnos audios, nuestras voces aumentaron la confianza mutua y el conocimiento más completo del otro, a tener conversaciones más íntimas, de manera que llegamos al punto de no desconectarnos en ningún momento.
Así fue como llegamos a sentir más que amistad: nos compenetramos a tal punto que pudimos llamar amor a eso que el internet nos ofrecía. Tomamos los primeros pasos para viajar a su país como un camino más que obvio en el desarrollo de nuestra historia.
Es en ese inicio de trámites y gestiones, que sufrí un golpe devastador y la posibilidad de realizar dicho viaje se anuló. No mencionaré las razones, pero lo que sí puedo decir es que fue mortal para la relación y, tengo que admitirlo, fue más de mi parte. La relación se rompió y cinco años de historia acabaron allí.
Recuperar las ganas de volver a tener una relación tarda un tiempo. Mi vida social no cambió, se remite a mi trabajo y a mis hijos como al comienzo, son mis ejercicios en distintos servidores de mensajería con los que busco tener algo de contacto social.
En este punto me conecté con quien es mi pareja actualmente. Con ella ya habíamos establecido contacto, pero no había pasado nada. Tiempo después me confesó que la asustó la idea de un tipo con cuatro hijos, esa responsabilidad no la quería asumir y no pasó nada más en esa ocasión.
Al regresar a mis antiguos viajes por los servicios de chat, Messenger y lugares de búsqueda de pareja, nos volvimos a encontrar. Acordamos un encuentro directo, en una esquina de la ciudad. Los peros de antes desaparecieron y, aún conociendo mi historia, ella decidió continuar con lo que habíamos empezado. Incluso hoy no sabe realmente por qué cambió de opinión.
La tarde en que nos conocimos en persona se alargó hasta la noche: la pasamos muy bien, la charla fluyo sin interrupción durante horas, fue como si un mundo hubiera estado oculto y explotara en ese momento.
Hoy es mi pareja, 10 años desde el primer contacto, siete desde esa tarde.
He vividos muy buenos momentos con ella. También ha habido dificultades, por supuesto, pero los años consolidaron lo que arrancó en una tarde.
Actualmente, el tema es otro, mis intereses evolucionaron en otra dirección: sin la búsqueda de relaciones, sin la necesidad real de amistades, las redes sociales, internet en general me permite ampliar mis horizontes; algo que, desde el comienzo estaba ahí, sólo que nunca lo utilicé, no tenía interés.
Hoy navego en con base en mi gusto por la lectura y la construcción de ideas a través de la escritura. Ahora, bien sea por la edad o el momento que vivo, con los hijos ya en pleno vuelo o a punto de emprenderlo, tengo más tiempo para mi mente.
Los medios digitales, internet y las redes sociales me sacaron de un mundo muy pequeño, minúsculo, comparado con esa ventana, hoy un gran portón de información. Gente e ideas se fueron revelando. De esa manera vivir lo no vivido, experimentar, aprender lo que en mi realidad cercana no me permití y hoy atreverme a decir que para mí esta experiencia marca el derrotero de qué y quién soy. No me define, pero sí me alimentó para ser quien soy hoy. Quizás una mejor persona.
Así transcurría buena parte de mis días. Mi vida social fue, durante muchos años, un gran y rotundo cero: separado y con tantas obligaciones no quedó de otra. Desconectado de la vida social, amigos, amigas, novia, no tenían cabida. En cambio, clientes, proveedores, mecánicos, pasajeros serían mi contacto permanente.
Comprar un computador dio por finalizada esa desconexión y se abrió el horizonte de la red.
Por medio de Messenger tuve la oportunidad de hacer vida social. Pasaron por ahí varias amistades, la mayoría femeninas, he de confesar. Unas cercanas, otras de ciudades y países lejanos, en especial España y Estados unidos; algunas citas en esquinas, en centros comerciales, unas con cierto éxito, otras de un fracaso absoluto.
Por ese tiempo arranqué una serie de comunicaciones con Lady desde un grupo de poesía. Ella estaba en California y yo en Bogotá. Los mensajes iban y venían, cada vez más personales, más en confianza. Poco a poco llegamos a cruzarnos audios, nuestras voces aumentaron la confianza mutua y el conocimiento más completo del otro, a tener conversaciones más íntimas, de manera que llegamos al punto de no desconectarnos en ningún momento.
Así fue como llegamos a sentir más que amistad: nos compenetramos a tal punto que pudimos llamar amor a eso que el internet nos ofrecía. Tomamos los primeros pasos para viajar a su país como un camino más que obvio en el desarrollo de nuestra historia.
Es en ese inicio de trámites y gestiones, que sufrí un golpe devastador y la posibilidad de realizar dicho viaje se anuló. No mencionaré las razones, pero lo que sí puedo decir es que fue mortal para la relación y, tengo que admitirlo, fue más de mi parte. La relación se rompió y cinco años de historia acabaron allí.
Recuperar las ganas de volver a tener una relación tarda un tiempo. Mi vida social no cambió, se remite a mi trabajo y a mis hijos como al comienzo, son mis ejercicios en distintos servidores de mensajería con los que busco tener algo de contacto social.
En este punto me conecté con quien es mi pareja actualmente. Con ella ya habíamos establecido contacto, pero no había pasado nada. Tiempo después me confesó que la asustó la idea de un tipo con cuatro hijos, esa responsabilidad no la quería asumir y no pasó nada más en esa ocasión.
Al regresar a mis antiguos viajes por los servicios de chat, Messenger y lugares de búsqueda de pareja, nos volvimos a encontrar. Acordamos un encuentro directo, en una esquina de la ciudad. Los peros de antes desaparecieron y, aún conociendo mi historia, ella decidió continuar con lo que habíamos empezado. Incluso hoy no sabe realmente por qué cambió de opinión.
La tarde en que nos conocimos en persona se alargó hasta la noche: la pasamos muy bien, la charla fluyo sin interrupción durante horas, fue como si un mundo hubiera estado oculto y explotara en ese momento.
Hoy es mi pareja, 10 años desde el primer contacto, siete desde esa tarde.
He vividos muy buenos momentos con ella. También ha habido dificultades, por supuesto, pero los años consolidaron lo que arrancó en una tarde.
Actualmente, el tema es otro, mis intereses evolucionaron en otra dirección: sin la búsqueda de relaciones, sin la necesidad real de amistades, las redes sociales, internet en general me permite ampliar mis horizontes; algo que, desde el comienzo estaba ahí, sólo que nunca lo utilicé, no tenía interés.
Hoy navego en con base en mi gusto por la lectura y la construcción de ideas a través de la escritura. Ahora, bien sea por la edad o el momento que vivo, con los hijos ya en pleno vuelo o a punto de emprenderlo, tengo más tiempo para mi mente.
Los medios digitales, internet y las redes sociales me sacaron de un mundo muy pequeño, minúsculo, comparado con esa ventana, hoy un gran portón de información. Gente e ideas se fueron revelando. De esa manera vivir lo no vivido, experimentar, aprender lo que en mi realidad cercana no me permití y hoy atreverme a decir que para mí esta experiencia marca el derrotero de qué y quién soy. No me define, pero sí me alimentó para ser quien soy hoy. Quizás una mejor persona.
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