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● El bebe

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              ● El bebe               I   —¿Me pregunta cómo fue que su hija termino conmigo, mi señora?      — Sí. ¿Y cómo fue que un tunante como usted se llevó a mi hija de mi lado?      — No debería preocuparle mi señora el que un tunante como yo se la llevara, cualquiera se la podría haber llevado. Un doctor o un ladrón, eso no hace la diferencia.      — ¿Cómo qué no? ¡Aprovechado, insolente! Un doctor me le hubiese dado todo lo que ella se merece.      — Ese es su problema, mi señora. Quiere para usted de lo que a ella en gracias le ha dado de sobra el universo.      — Por ser su madre, el derecho me asiste. O usted cree, cretino, que las cualidades que ella tiene le vienen de una subasta en el mercado. Cree usted que me la encontré en un ...

● Los semáforos

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  ● Los semáforos                 A medida que recojo huecos, acompañado por ese amigo cotidiano llamado frío, en esta, como en cientos de otras madrugadas, finas gotas de lluvia se van acumulando en el parabrisas del bus para convertirse en serpenteantes hilos que se deslizan por el cristal en caída a trompicones. Las luces de los escasos automóviles que vienen de frente me dejan sin poder ver en la distancia solo hasta después de que han pasado a mi lado. Las luces de las luminarias de mi juguete de seis ruedas apenas logran cortar la oscuridad reinante, tan así, que los baches en el asfalto, ocultos bajo los charcos de agua, van dificultando poco a poco el rodar de mi camino, sin dejar, eso sí, de ir estropeando paulatinamente el sistema de amortiguación y suspensión del carro que conduzco. Mi primer pasajero me espera y lo imagino parado enfrente del conjunto residencial donde vive y sé que mientras llega su tra...

Gotas saladas sobre una piel infinita

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  ● Gotas saladas sobre una piel infinita   Pienso en la palabra desnudez y lo primero que se me ocurre, son en esas pequeñas gotas saladas sobre la espalda de tu piel; rememoran mis manos con su nerviosismo esos diminutos cristales que descansaban en la curvatura de tus caderas, una ilusión sin explicación. Mientras reposabas del agité de tus pulmones, sobre la almohada; tu cabello revuelto sobre el rostro escondía una sonrisa leve que quise guardar para siempre. Liso y resbaloso como la pulpa de un mango sin su cáscara, tu cuello se proyectaba como la promesa de un paraíso eterno en esa tarde lluviosa y taciturna; un sabor a mango biche me llevó en un nuevo viaje que termino en tu boca y ahí mismo descubrí que el sabor de la vida estaba en la mar, en el río o quizás también en la tierra humedad que todo lo da sin mirar a quien. El sabor a placer estaba en tus labios, el aroma a lujuria en tu lengua, la sabiduría en tus ojos, la esperanza en tus manos y en el lóbulo de ...